La niña Gris

Bueno, en estos días no he tenido mucha oportunidad de escribir, y he tenido algunos otros proyectos que me han consumido tiempo y han evitado que publique algo en este espacio, así que les dejo este pequeño primer capítulo de ‘La niña Gris’. Cuando escribí "Silencio, las letras tienen reunión", estaba comenzando con este pasaje. Le falta mucho trabajo, pero quiero compartirlo con ustedes de igual manera. Saludos y que lo disfruten!

Por los pasillos de aquel viejo recinto cubierto de polvo, de altos techos y paredes sombrías, se oyen pausados, en calma, los pequeños pasos de la niña Gris. Pensativa, cabizbaja, con sus grandes y brillantes ojos mirando al suelo, su espeso y obscuro cabello cubriendo su rostro, camina de un lado a otro, como meditando, como pensando, como imaginando. De vez en vez levanta la cabeza, solo para asegurarse de que nadie la vea. Yo la observo por la rendija de la puerta mal cerrada de mi cubículo, al fondo del salón. Casi sin respirar, procuro no hacer ruido para que no sepa que estoy ahí. Llega sin prisas al salón, y observa las grandes pinturas que cuelgan en las paredes, abriendo sus ojos y extendiendo sus manos, como pidiendo a aquellos campesinos la lleven con ellos a ese extenso trigal naranja, con el sol al fondo en el horizonte, esperando para ir a descansar. Revisa uno a uno los sillones, procurando siempre sentarse como indica la señorita Azul: la espalda recta, la cabeza erguida, las piernas juntas y las manos sobre el regazo. Hace una mueca con sus pequeños labios y se dirige hacia la mesa al centro de la habitación. Voltea a ambos lados, solo para cerciorarse que nadie ha llegado mientras ella estaba distraída, y se acerca al candelabro. Observa fijamente las lágrimas que las llamas causan a las blancas velas, escurriendo por los lados y almacenándose siempre en la base. Luego, se concentra en el intenso color amarillo del fuego, con sus halos blancos y azules, y abriendo un poco su boca, deja salir un pequeño aliento que mueve las flamas hacia un lado. Su rostro se llena de una interminable sonrisa, mientras sus manos se convierten en cómplices de sus labios, cubriéndolos junto con parte de sus mejillas. Poco a poco da pasos hacia atrás, y con un pequeño y discreto ademán se despide de la mesa. Da un par de vueltas y su vestido se extiende, dejando al descubierto sus pies, que llevan esos pesados zapatos negros, coronados por el encaje de sus grisáceas tobilleras. Se detiene y escucha: ¡hay pasos en el corredor! Rápidamente se incorpora y corre por el pasillo que la trajo aquí, balanceando sus brazos y dejando que su cabello vuele mientras se aleja en la obscuridad. Y yo, casi como contagiado por su algarabía, corro a sentarme tras mi escritorio, e intento continuar mis labores, olvidando que hoy vi nuevamente a la niña Gris.

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