La niña Gris (capitulito 2)

Y de regreso en las letras, les traigo esta segunda entrega de la niña Gris, que quiero compartir con ustedes a pesar de estar todavía en fase de revisión. Ojalá y la disfruten tanto como yo disfruto escribirla. Saludos a todos

Escribo de prisa, a la vez que sumo variados importes en los grandes y pesados libros que usamos en mi profesión, buscando encontrar una mejor manera de distribuir el ingreso obtenido en el mes. Y mientras trabajo absorto en mi mundo de haberes y deberes, sé que he olvidado por un momento todo cuanto hay en la habitación. Dejo el lápiz sobre el libro, cierro mis ojos, y reclino mi cabeza hacia atrás, buscando reconfortar a mi cuerpo, quien en contra de lo que opine mi cerebro, se encuentra cansado de tanto permanecer en la misma posición. Respiro profundamente, y esa habitual mezcla de aire, polvo y humedad hoy parece ser interrumpida por un ligero aroma que me obliga a mirar a la ventana. Un burdo jarrón azul, coronado por un ramo de flores silvestres, vive en mi despacho, seguramente traído por la señorita Azul. Y entonces mi mente vuela, imaginando como su cabello se pierde en el inmenso campo de girasoles, mientras sus soñadores ojos claros buscan las flores indicadas para decorar mi habitación. ¡Ay Azul, quién pudiera ser dueño de tu corazón! Escucho un ruido del otro lado de mi escritorio, que me trae de vuelta a este mundo, y me incorporo de un solo movimiento a mi lugar. Pero no veo a nadie. Alguien debe de estar aquí. Y es entonces que empiezo a distinguir una obscura cabellera que apenas sobrepasa la altura del mueble en que escribo, y unas manos que se apoyan para poder asomar lentamente su ávida mirada, saliendo de su escondite y buscando siempre entre los papeles algo con lo que pueda jugar, o tal vez soñar. La niña Gris sonríe, y no puedo sino contestar a su cortesía con un gesto similar, y extendiendo mi mano para estrechar la suya. De inmediato la toma, y en contra de lo que esperaría, comienza a caminar hacia el salón principal, sin darme tiempo a cerrar mis libros y llevándome escoltado hacia la cocina. Mientras avanzamos por el pasillo, Gris cuenta con los dedos de su mano el número de fotografías que hay en la pared, como si quisiera comprobar que no falta ninguna. De pronto, a solo un metro de distancia de nuestro destino, se detiene y me indica que me agache, apurándose a acomodarme la corbata y el cuello de la camisa, verificando repetidamente que nadie fuera a salir por aquella puerta que nos espera. Terminada la labor, Gris me da su aprobación, levantando el pulgar de su mano y sonriendo nuevamente, y yo extiendo mi brazo y abro la puerta, invitándola a pasar primero.

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